viernes, 19 de febrero de 2010

Luis-cito

Algunos anduvimos por la vida con una sensación de desplazamiento, como que no es nuestra vida la que vivimos sino que la estamos viendo desde afuera, como si fuera una película de fin de semana que pescamos en la tele. No le pasa a todos, algunos de ustedes habrán nacido bien ubicaditos y con un norte bien claro.

Yo no, yo ví mi vida por tele unos buenos años (on & off). Siempre preguntándome qué me tocará, qué iré a escoger sin querer y qué escogeré sabiendo bien en lo que me meto. Pero lo que siempre me dio miedo -no, miedo no: pavor- era el resultado final, tomar alguna de esas decisiones que le cambian la vida a uno sin darme cuenta y ¡saz! veinte años después resulta ser que me quedé solterona o me alejé de lo que quería para mi futura yo o no aproveché una oportunidad que me habría hecho el futuro mucho más sencillo.

La desición más difícil de tomar es probablemente la que sabemos que le va a afectar a los demás y que no es solamente uno el que corre el riesgo de irse confiadamente con todo. Esa gran desición en mi libro siempre ha sido el saber escoger el padre de mis futuros hijos. Tal vez no sea así para todos, pero en mi mundo la mamá es responsable del papá que le asigna a sus hijos y en caso de que este falle con su importantísimo papel es también su deber salvaguardar a los enanos que no tienen culpa del papá que les fue asignado, si no ayuda que no estorbe. Pero ojo, que quede claro que sigue siendo responsabilidad del papá el ser un buen papá, tampoco se pueden quitar el tiro.