Son las
cuatro de la mañana y me parece oír un maullido bebé en algún lado. Me levanto
y busco en el patio pero no encuentro nada. Contra mi buen juicio (que es como
preferimos llamar a esa combinación de miedo y culpa resultado de un robo a
domicilio), me asomo a la acera y tampoco. Me resigno y vuelvo a la cama.
Y si bien
el gatito no fue lo que me despertó, ahora es el culpable de que esté viendo al
techo sin una gota de sueño y calculando cuánto queda antes de tener que
alistarme para ir al trabajo. Al lado de la cama mis mascotas roncan. Ya
cumplieron con su enjache de ley por despertarlos a una hora tan infame y
hacerlos seguirme por la casa, todavía medio tontos del sueño y sin saber qué
buscamos.
¿Qué cosa
merodea a las cuatro de la madrugada que no sean preocupaciones o recuerdos que aprovechan de la falta de defensas para atormentarnos?
Mis cuentas
sin pagar están aquí, con la ropa sin doblar, los platos sin lavar que vinieron
desde la cocina y el coro de esa canción que no me sé, se hicieron campo entre
el resto de mis treintas y el futuro de mi relación.
Hasta mis
muertos encontraron un campito al pie de la cama, todos bien espabilados,
levantando cada uno la voz para hacerse sentir.
Mi cuarto
parece un desfile de preguntas y reclamos contra mí misma: fui al supermercado
y olvidé comprar papel higiénico. Todavía tengo que llevar la computadora a
reparar. Mis respuestas en aquella entrevista me hicieron sonar estúpida e
incompetente. ¿Cómo y cuándo pretendo resolver ese déficit en mi presupuesto?
A media
madrugada nada bueno dura. Juro que en esas eternas horas insomnes se me han
ocurrido un millón de ideas magníficas pero caigo una y otra vez en el mismo
engaño de que no necesito apuntarlas, no quiero prender la luz, no quiero salir
de la cama; y en la mañana solamente recuerdo la sensación de haber topado con
una solución espléndida a mis problemas o con la frase perfecta para cambiarle
el rumbo a esa historia que tengo trabada, pero los detalles están difusos y
los pierdo para siempre.
Falta hora
y media para que suene la alarma y ya empieza a clarear. Si la luz me agarra
despierta pierdo cualquier esperanza de volver a dormir. Es hora de hacer el último
intento, ahora o nunca.
De fijo era
un maullido bebé.
m.
Miau!
ResponderEliminarJejeje muy identificado, muy bueno!
ResponderEliminar