lunes, 1 de julio de 2013

Corazón de Melón (o Cómo sacarte la Pulpa del Corazón)

Ya casi no pienso en eso. Cada vez son más los días que ni me acuerdo, pero odio los que sí porque ahí se queda dando vueltas en el aire y lo encuentro bastante molesto.

No lo odio a él, sólo tengo poca tolerancia para el derrotismo y eso fue lo que nos ganó. Entonces detesto acordarme de cómo me miraba y de la sensación cuando empezamos a hablar como quien no quiere la cosa.

Cuando lo conocí no pensé mucho de él, sólo disfruté nuestras conversaciones y agradecí la compañía, yo andaba en otras y él me cayó bien, es un carajo interesante. No sé cómo terminamos donde terminamos, pero fue bonito. Bastante bonito.

No descubrí el café tan chiva de sus ojos hasta la primera vez que nos vimos solos, era media tarde y le pegaba el sol de frente. Me distrajo un montón y le perdí el hilo a la conversación un par de veces pensando en que ese tono no lo había visto nunca y que no sabía cómo se me escapó antes. Nadie se sorprenda de mi despiste.

Pero lo que me pone de peor humor, lo que sin fallo me arruina el día es la imagen de esos segundos en que los dos dejamos de respirar antes de besarnos. Estábamos abrazados, él hablaba ni me acuerdo de qué, su cara estaba tan cerca de la mía que sólo tenía que subir la mirada y después de pensarlo mucho lo hice. Nos quedamos así, sin tocarnos, a un par de centímetros. Él interrumpió su frase y todo se detuvo por dos segundos, les digo, dejamos de respirar y la cosa. Dos segundos, se congeló el tiempo y cuando volvió a correr en cámara lenta, muy lenta, nos besamos.

La primera semana fue increíble y así pasamos varias. De repente ya no. Si me preguntan, fuimos víctimas del miedo y el futuro. Y del miedo al futuro -que no es lo mismo-. Maldito pánico precoz.

Esa sensación chiva, ese tibio en el alma cuando pensaba en nosotros o repasaba recuerdos ya no está. El antojo de abrazarnos y chinearnos, no sé qué se hizo. Ya no se siente bien, se me borran las escenas y ya no me acuerdo de sentirlo sonreír cuando me besaba. O de cuando, camino a la cocina me jalaba porque quería un abrazo. Tan acomodado que estaba en mi casa y ahora somos dos desconocidos. 

Ya no espero que me busque y se esfumó mi impulso por buscarlo. Él debe de estar igual, se rindió antes que yo y siguió en lo suyo. Yo también seguí con lo mío, y nuestra historia es una historia pendeja de algo que no fue. Entonces todo sigue igual excepto que ahora ando jalando recuerdos que no quiero ni buscaba. Por dicha cada vez son menos. Ya casi ninguno. 

m.




No hay comentarios:

Publicar un comentario