jueves, 16 de octubre de 2014

Insomnio

Son las cuatro de la mañana y me parece oír un maullido bebé en algún lado. Me levanto y busco en el patio pero no encuentro nada. Contra mi buen juicio (que es como preferimos llamar a esa combinación de miedo y culpa resultado de un robo a domicilio), me asomo a la acera y tampoco. Me resigno y vuelvo a la cama.

Y si bien el gatito no fue lo que me despertó, ahora es el culpable de que esté viendo al techo sin una gota de sueño y calculando cuánto queda antes de tener que alistarme para ir al trabajo. Al lado de la cama mis mascotas roncan. Ya cumplieron con su enjache de ley por despertarlos a una hora tan infame y hacerlos seguirme por la casa, todavía medio tontos del sueño y sin saber qué buscamos.

¿Qué cosa merodea a las cuatro de la madrugada que no sean preocupaciones o recuerdos que aprovechan de la falta de defensas para atormentarnos?

Mis cuentas sin pagar están aquí, con la ropa sin doblar, los platos sin lavar que vinieron desde la cocina y el coro de esa canción que no me sé, se hicieron campo entre el resto de mis treintas y el futuro de mi relación.

Hasta mis muertos encontraron un campito al pie de la cama, todos bien espabilados, levantando cada uno la voz para hacerse sentir.

Mi cuarto parece un desfile de preguntas y reclamos contra mí misma: fui al supermercado y olvidé comprar papel higiénico. Todavía tengo que llevar la computadora a reparar. Mis respuestas en aquella entrevista me hicieron sonar estúpida e incompetente. ¿Cómo y cuándo pretendo resolver ese déficit en mi presupuesto?

A media madrugada nada bueno dura. Juro que en esas eternas horas insomnes se me han ocurrido un millón de ideas magníficas pero caigo una y otra vez en el mismo engaño de que no necesito apuntarlas, no quiero prender la luz, no quiero salir de la cama; y en la mañana solamente recuerdo la sensación de haber topado con una solución espléndida a mis problemas o con la frase perfecta para cambiarle el rumbo a esa historia que tengo trabada, pero los detalles están difusos y los pierdo para siempre.

Falta hora y media para que suene la alarma y ya empieza a clarear. Si la luz me agarra despierta pierdo cualquier esperanza de volver a dormir. Es hora de hacer el último intento, ahora o nunca.

De fijo era un maullido bebé.

m.

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